Domingo en el lago

Caminó por la alameda procurando no llamar la atención o, por lo menos, intentando no parecer ella misma. Su inusual y desenfadado atuendo, su pamela de paja aleteando al paso de unas sandalias con cuñas de esparto, las grandes gafas de sol, el liviano vestido y el bolso de rafia junto con la sombrilla plegada en su funda y colgada a la espalda, le daba un aspecto tan ajeno a sí misma que habría sido difícil reconocerla en su recorrido hasta del utilitario que había alquilado la tarde anterior y en cuyo maletero introdujo sus complementos playeros antes de arrancar. 


Desde que el sol del verano empezara a dibujar su arco en el cielo del domingo, la playa del lago se había ido cubriendo de sombrillas hasta parecer un pintoresco sembrado de polícromos girasoles. Según cuentan algunos testigos, la chica de la pamela llegó al filo del mediodía y aunque todo el mundo parecía haberse ya ubicado apurando al máximo el espacio disponible, supo arreglárselas para encontrar un hueco donde desplegar su sombrilla de rayas. Al hacerlo, casi invade el área redonda marcada por aquella otra de círculos concéntricos bajo la que un hombre joven con gafas oscuras, bañador y camiseta leía el periódico sentado en una silla plegable.

Una vez situada, la recién llegada redujo como pudo su sombrero para introducirlo entre las varillas del parasol y a continuación se despojó del vestido para quedarse en bañador, luciendo así un cuerpo armonioso y de piel muy blanca. Acto seguido, tras recoger en un moño su media melena rubia, empezó a aplicarse con meticulosidad una crema solar de máximo factor de protección. Mientras lo hacía, parecía mirar disimuladamente el titular de la noticia destacada en la portada del diario que sostenía abierto su ocasional vecino. De nuevo se hablaba del asesino en serie que tenía atemorizada a la región, un misterioso individuo que elegía siempre como víctimas, eso era ya sabido, a mujeres jóvenes que atendían al más clásico estereotipo de las nórdicas. La primicia añadida era que, a pesar del hermetismo con el que la inspectora Söderström, tan poco dada a aparecer en la prensa, y su equipo, llevaban la investigación, se había filtrado la noticia de que se seguía la pista a un sospechoso, aunque, al ser un sujeto metódico y sagaz, estaba siendo muy complicado conseguir pruebas lo suficientemente sólidas y determinantes como para proceder a su detención.

─¿Quieres el periódico?  ─Le preguntó el joven al notar que ella inclinaba ligeramente la cabeza interesada en aquella portada - Yo ya lo he leído.

─No gracias. Prefiero pasar el día aquí en el lago y olvidarme de los problemas del mundo.

Así fue como, según afirman los testigos, empezaron a charlar.  Ella parecía agradable y él se mostró cordial. Sin duda se cayeron bien e incluso rieron juntos cuando ya el sol hacía un buen rato que, alcanzado el cenit, había iniciado su imperceptible descenso, marcando las primeras horas de la tarde. Era buen momento, aseguran que comentaron entre ellos, para ir a tomar algo y qué mejor que acercarse al restaurante del embarcadero, dejando sus sombrillas marcando el territorio conquistado.


Las horas siguientes son cruciales para aclarar lo que pasó. Es preciso averiguar si llegaron al restaurante, si cambiaron de planes o si después de pagar lo que pudieran haber consumido emprendieron ruta en una dirección distinta a la del punto de partida. Lo cierto es que la playa poco a poco se fue vaciando de gente y mientras el sol continuaba su descenso hasta empezar a pintar colores anaranjados en el horizonte, una brisa fresca fue sustituyendo al calor de la tarde. Quedó entonces, en el arenal ya desierto, una silla vacía bajo una sombrilla solitaria cuyos círculos concéntricos evocaban una peculiar diana y en la profundidad del lago, antes de que los gases de la descomposición actuaran para devolverlo a la superficie, el cadáver de un hombre yaciendo en decúbito ventral.


Relato finalista en el VIII Premio Literario de cuentos “Madrid SKY” 2021 (Me he permitido hacerle alguna leve modificación)

Foto Pixabay

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