Monigotes

El hombre de la chistera recorría las ferias con su espectáculo de marionetas. Era un tipo extraño, de mirada triste y manos pequeñas y amarillas. Nadie conocía su pasado ni se supo dónde aprendió el arte de embelesar a la chiquillería. Dicen que sus monigotes, más allá de los hilos con los que aparentaba manejarlos, tenían vida propia. Hay quien asegura que en el silencio de la noche se les oía llorar encerrados en su baúl. Sólo los niños a los que consiguió engatusar para que subieran al carromato, podrían dar testimonio de semejante prodigio, pero ninguno, por desgracia, sobrevivió para contarlo.


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