Cosa de chavales

 

     

   Quise estar allí sin perder detalle, confundido entre los familiares y amigos que asistían al sepelio. Pude escuchar la ráfaga de viento que agitó los cipreses cuando el ataúd bajaba lentamente hasta el fondo de la fosa. Luego, el espeluznante sonido de las primeras paladas al caer sobre el féretro y los sollozos de la viuda, agarrada al brazo de su hijo mayor. Concluido el acto, abandoné discretamente el lugar como uno más del cortejo.

     Arturito Ortega Martín, muerto al salirse con su coche de la carretera, se pudre ya en el pueblo que lo vio nacer. Cuando su lápida sea colocada, no será difícil saltar de madrugada la tapia del cementerio para encontrarme por primera vez a solas con él. Y aprovechando que ocupa una tumba y no un nicho como los otros, me la sacaré y mearé sobre su nombre antes de lanzarle el amargo escupitajo que les tengo prometido a todos los que a mis catorce años, -cosa de chavales, se dijo-, me enseñaron lo que duele estar solo y me hicieron abandonar el colegio.

Foto Pixabay

No hay comentarios: