Estaba
allí, tirada en el suelo. Pisoteada por la gente y abandonada como un desecho más sobre la acera. Era la vieja postal de nuestra propia historia.
De tantos años de vida. Una cartulina sucia de imágenes descoloridas y escrita
de palabras con vocación de eternidad que ahora yacían con su tinta muerta.
Quise recogerla. Intentar salvar de ella el más mínimo resto de
esplendor. No quedaba nada. Sólo silencio y un viento que arrastraba viejos
papeles como hojas caídas del otoño.
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