M 30
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Foto: Paco Gómez |
Érase una
colonia de grandes bloques de viviendas alineados en casi perfecta simetría, que se alzaba junto a un arroyo de escaso caudal y anchura digna de un río. Una mañana los vecinos pudieron ver a través de sus ventanas como aquella lodosa cárcava era tomada por un ejército de obreros y ruidosas excavadoras, que no cesaron hasta transformarla en una enorme explanada que se extendía longitudinalmente de norte
a sur, más allá de donde la vista podía llegar a alcanzar. Comentaban que por allí iba a discurrir
una carretera, pero los chavales de los pisos cercanos hicieron suyo aquel territorio nuevo delimitando en él un polvoriento campo de fútbol. Un buen día,
dicen que es algo que a veces puede ocurrir, de un balonazo rompieron
accidentalmente el frágil cristal del tiempo y por el agujero que se abrió se
colaron todos sin poder evitarlo. Muchos años después, los coches que
circulaban a gran velocidad por la M-30, atropellaron fatal y simultáneamente,
a veintitantos cincuentones en pantalón corto, a la altura del Barrio de la
Concepción. Sus cuerpos nunca fueron identificados, ni reclamados por
nadie.
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