Por primera vez se iba a tomar
las uvas de la suerte en la misma Puerta del Sol. Para ello invirtió todos sus
ahorros en conseguir una habitación cuya ventana tuviera vistas a la plaza y
sobre todo al famoso reloj que marcaría el final del año que deseaba fervientemente
dejar atrás. Así, conocedor de lo imposible que resulta escuchar in situ las
campanadas por el ruido que el festejar mismo de la gente provoca, preparó su
pequeña radio con auriculares y sus once uvas. Con ellas en la mano escuchaba
los anuncios y comentarios previos de la retransmisión, atento al momento
preciso de empezar las campanadas, que vendrían, como ya es hartamente
conocido, tras los molestos cuartos que a tantas confusiones se prestan. Por
fin comenzaron a sonar con tono jaculatorio:
1ª.- Siguiendo
2ª.- mi
3ª.- triste
4ª.- relato
5ª.- no
6ª.- me
7ª.- queda
8ª.- otra
9ª.- que
10ª.- acabar
11ª.- así
La 12ª campanada la reservó para
saltar desde el aféizar de la ventana al que se había subido coincidiendo con
la campanada anterior, y dejarse caer sobre la multitud vociferante que
celebraría la llegada del nuevo año, lo que ocasionaría, más que probablemente, algún daño
añadido, quizás fatal, entre los que ignorantes, pedían fortuna al nuevo año.
Pero esa campanada no sonó. ¿Fue la primera vez después de tantas nocheviejas
que el mecanismo del reloj fallaba y lo hizo en tan crucial momento? ¿Fue su
pequeña radio de auriculares la que se quedó sin pilas? ¿Hubo un corte en la retransmisión?
¿Qué pasó con la campanada perdida? Nunca se sabe que cambios sorprendentes
puede provocar una ruptura imprevista de un patrón dramático.
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