Se reencontraron en el pasillo de su
casa un día que no les funcionaba el wifi y se alegraron de verse. Ya sentados en el sofá, con un brillo
distinto en los ojos, se cogieron de la mano para contarse muchas cosas. Que
llevaban casados entre sí dos años y seguían sin decidirse a tener hijos. Que su matrimonio no
iba nada bien porque se veían muy poco a pesar de vivir juntos. Que añoraban el
tiempo de noviazgo, cuando todo entre ellos era tan diferente, casi perfecto.
Descubrieron que seguían teniendo gustos parecidos y mucho en común. Por fin
acabaron besándose a la luz de una luna llena que vino a instalarse, cómplice,
más allá de la cristalera del salón. Tuvieron tan claro que en realidad se
amaban, que aquella misma noche él le pidió el divorcio y ella, encantada, le
dio el sí.
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