A mi madre siempre que terminaba de
preparar la comida le daba por pensar que podría estar contaminada y acababa
tirándola para evitar que nos pusiéramos enfermos o incluso pudiéramos morir.
Cuando mi padre y yo llegábamos hambrientos, no teníamos más remedio que irnos
al cubo de la basura si queríamos almorzar, por lo que mi madre, para evitar
esto, tomó por costumbre echarlo todo a algún contenedor de la calle, nunca el
mismo, para despistarnos. Eso nos obligaba a mi padre y a mí a rebuscar entre
todos los desperdicios de la zona hasta encontrar nuestro almuerzo y una vez
dábamos cuenta de él, le subíamos a mi madre algo de lo recuperado para que
tampoco se quedase sin comer. Ella se resistía, pero finalmente, liberada de
toda responsabilidad, lo acababa aceptando a regañadientes. Y así nos
acostumbramos a vivir con esta rutina y a comprender resignados que el mundo y
todo lo que en él pasa no es más que un absurdo en equilibrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario