Hubo un tiempo
en que los domingos sabían a mar, a risa de niños y a juegos de playa.
Trabajaba duro toda la semana para alcanzar la alegría festiva de estar juntos.
Inseparables. Ahora, cuando los castillos se han ido desmoronando y la arena del
tiempo me ha traído a esta habitación numerada, espero, tras la ventana que se
asoma a la inacabable tarde de domingo, que ellos se acuerden de que aún
existo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario