Siempre fueron dos hermanas muy
unidas. Crecieron juntas siendo una la sombra de la
otra. Pero algo empezó a cambiar entre
ellas cuando apareció aquel joven fotógrafo que las esperaba cada domingo
apostado en la puerta de su estudio con una cámara de fuelle dispuesta para
robarles una foto a su regreso de misa, lanzándoles un disparo como el que lanzaba un beso. Ellas, que quedaban siempre atrapadas en la placa mostrando su
enfado por el intolerable atrevimiento, nunca dejaron de pasar por aquella calle
ni cambiaron su ruta para esquivar el encuentro, quizás porque albergaban la
inconfesada esperanza de llegar a discernir a cuál de las dos cortejaba. Sólo
la que no fue atropellada por el tranvía en aquel trágico y extraño accidente
llegó a averiguarlo.
Fotografía de Carl Størmer
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