Cuando desperté del coma en el hospital, me encontré ante
una deslumbrante desconocida que aseguraba ser mi esposa. Yo, con la cabeza
vendada, indocumentado y sin nada que
perder, decidí fingir amnesia y me dejé llevar. Al darme el alta, ella se hizo
cargo de mí y me condujo en un espectacular descapotable hasta un casoplón con jardín y repleto de comodidades. Allí instalado, pude comprobar por las fotos que
fui encontrando, que me parecía asombrosamente a su marido, así que acepté
gustoso sus cuidados intentando corresponderlos en la medida de mis escasas
posibilidades. No tardamos mucho en hacer el amor. Fue así como acabó descubriendo
mi impostura, pero lejos de enfadarse conmigo, tuvo que admitir que había
salido ganando, y mucho, con el cambio. Por eso, cuando a aquel tipo se le
ocurrió reaparecer, no nos quedó otra. Ahora, yo soy él mientras que él, que
carga con mi identidad, sirve de abono a los rododendros del jardín.
(Foto: Pixabay)
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