Ultramar

    El tío Antonio, hermano de mi abuelo, cuando cerraron la mina que prestaba vida al pueblo, sintió la llamada de ultramar. Con poco más que una maleta de cartón tomó rumbo a una Argentina que prometía trabajo y prosperidad. Atrás dejaba patria, familia y a Rosita, la moza que bordaba por él sábanas de matrimonio.  Pero desde que partió rumbo al puerto de Cádiz, nada más se supo de aquel aguerrido muchacho. El mar se convirtió en un muro de silencio y Rosita, incapaz de resignarse, caminaba muchas tardes los kilómetros que la separaban del acantilado solo para preguntarle a las mareas qué había sido de su Antonio. Hasta que un mal día el temporal de poniente pareció borrarla del paisaje y perderla en el abismo. Tuvieron que pasar muchos inviernos y tres generaciones para que llegara al pueblo un elegante viajero de acento porteño que, deseoso de conocer sus raíces, buscó la sombra de nuestro árbol. Allí nos contó su historia y nos mostró el testimonio traído desde el otro lado del mar, el retrato de boda de sus abuelos. En él, un altivo tío Antonio tomaba del brazo a la hermosa Rosita que, rebosante de dicha, lucía orgullosa su corona de azahar.


Relato finalista en el XI Concurso de Microrrelatos "El Roblón" 2024

Foto: Freepik



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