Vestidas de colores vivos pasearán, acicaladas y risueñas, por las calles mientras disfrutan de
la libertad de ir cogidas de la mano contándose esas cosas que tantas veces han
de callar. Después, compartirán cena de vino y velas y se regalarán lo mejor de
sí mismas en un abrazo que inevitablemente se llenará de sombras con la primera
luz del día. Será entonces cuando, satisfechas y contritas, regresen, una vez
más, a la austeridad del hábito y la clausura del convento.
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