Ajuar

     Se mecen en la azotea, jugando con el viento, sábanas de blonda, finos manteles de hilo y delicadas toallas de algodón. Desde hace muchos años, Rosita tiene la costumbre de lavar regularmente las piezas de su ajuar, renovando así su blancura impoluta y su perfume floral. Luego las plancha y dobla cuidadosamente y acaricia con cariño las iniciales que un día bordó con ilusión de futuro. También, algunas madrugadas, cuando la azotea duerme bajo el silencio de las estrellas, sale a tender al relente aquella vieja carta, mojada una vez más de lágrimas, que un día lejano alguien llenó de promesas que nunca cumplió.  

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