Siguiendo la costumbre de cuando
vivía su madre, cada mañana va a comprar un pastel recién hecho a donde siempre, a pesar de que no puede comer dulces. Luego, sin nada más que hacer en todo el día,
regresa a sus cuarenta metros cuadrados de soledad e intenta acomodarse en
el escaso espacio que le va quedando. Se ha vuelto complicado encontrar
hueco para tanta ensaimada, tanta napolitana, tanta milhojas y tanto pretexto
acumulado y envuelto en el papel del obrador en el que alguien, al
menos, cada día pronuncia su nombre.
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