Entre tantas ventanas hay una sola que
le da sentido a mi vida. La de la mujer que se ha convertido en mi obsesión.
Estoy convencido de que ella, consciente de que la observo, me ignora altiva y
continua imperturbable su vida solitaria yendo y viniendo por el salón,
comiendo sus habituales ensaladas o malgastando su tiempo delante del
televisor. Lo que de verdad me inquieta es verla con tanta frecuencia sonreír
coqueta mientras habla por teléfono con alguien que aún no sé quién es.
Entonces pienso que algún día también me sonreirá a mí y acabará por
reconocer mi esfuerzo cuando descubra que el cristal que nos separa es el más
limpio y reluciente de todo el edificio.
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