Ya no podía confiar en nadie en esa
casa. Pensaba que sus hijos le mentían para ocultar que su mujer le engañaba
con el médico que quería hacerle creer que sufría un trastorno paranoide.
Cuando escuchó el carrillón dar las tres, supo que era la hora de tomar su té
de las cinco. Eran las cinco.
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