Mi prima, que siempre había
vivido en el pueblo, tenía un conocimiento de la naturaleza que yo envidiaba. Sabía
el nombre de todas las flores del campo y aquella misma mañana habíamos estado
recogiendo algunas de las más vistosas para depositarlas, con cariño, en la
tumba de nuestro abuelo. Ya de regreso, cuando bordeábamos la tapia del
cementerio, me llamó la atención una curiosa flor redonda y con el aspecto
volátil de una pelusa blanca, que de alguna manera me evocaba la barba del
viejo entrañable y sabio, cuya sepultura acabábamos de visitar. “Es un diente
de león”. Me dijo ella. “Si cierras los ojos, pides un deseo y soplas con
fuerza, la flor se desvanece en el aire y tu deseo se cumple”. Le propuse que
lo hiciéramos los dos a la vez. Acercamos nuestras mejillas y con los ojos
cerrados soplamos con ganas. Antes de abrirlos, sentí los labios de mi prima
unirse a los míos. Quizás la magia de la flor funcionó a su manera. El abuelo, al
que yo deseé poder abrazar de nuevo, nunca regresó.
(Relato publicado en la página "El Bic Naranja.: Viernes Creativos" y escrito a partir de la foto propuesta).
(Relato publicado en la página "El Bic Naranja.: Viernes Creativos" y escrito a partir de la foto propuesta).
1 comentario:
Tanta magia en las pequeñas cosas, en tantos rincones que quedan olvidados, y aún peor, que son destruidos por la mano del hombre. Al leer tu relato, me han venido a la mente los montes gallegos y portugueses que tardarán en dar una flor y los deseos que se perdieron en ellos.
Publicar un comentario