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Mis relatos, microrelatos, cuentos, poesías...
Finalista en el "XVI Concurso de relatos escritos por personas mayores" organizado por Fundación "las Caixa" en colaboración con Radio Nacional de España.
A todos les duele su ausencia. Antes estaban completos. Eran una familia como tantas que viven en el barrio, con su rutina diaria, su economía ajustada y sus domingos y festivos de parque con palomas o palomitas con cine. Una familia sencilla, unida, quizás feliz. Hoy les falta él y les cuesta aceptarlo. Los niños lo echan de menos, pero ninguno de los dos se atreve a preguntar qué ha sido de su padre. Ella, discreta, se esfuerza por aparentar normalidad, pero no puede evitar entreabrir los visillos, de vez en cuando, para mirar melancólica a la calle como si todavía esperara verlo regresar. Hasta el perro sigue haciendo guardia junto a la puerta de entrada deseoso de darle su aparatosa bienvenida de ladrido alegre y rabo inquieto. Aquel al que todos añoran está cada vez más lejos, aunque ahora, el extraño en el que se ha convertido tras perder el trabajo, duerma una nueva borrachera en el silencio oscuro de la habitación matrimonial.
Seleccionado para ser incluido en el libro recopilatorio anual de "estanochetecuento.com". Tema "saudade"
Foto: Freepik
El tío Antonio, hermano de mi abuelo, cuando cerraron la mina que prestaba vida al pueblo, sintió la llamada de ultramar. Con poco más que una maleta de cartón tomó rumbo a una Argentina que prometía trabajo y prosperidad. Atrás dejaba patria, familia y a Rosita, la moza que bordaba por él sábanas de matrimonio. Pero desde que partió rumbo al puerto de Cádiz, nada más se supo de aquel aguerrido muchacho. El mar se convirtió en un muro de silencio y Rosita, incapaz de resignarse, caminaba muchas tardes los kilómetros que la separaban del acantilado solo para preguntarle a las mareas qué había sido de su Antonio. Hasta que un mal día el temporal de poniente pareció borrarla del paisaje y perderla en el abismo. Tuvieron que pasar muchos inviernos y tres generaciones para que llegara al pueblo un elegante viajero de acento porteño que, deseoso de conocer sus raíces, buscó la sombra de nuestro árbol. Allí nos contó su historia y nos mostró el testimonio traído desde el otro lado del mar, el retrato de boda de sus abuelos. En él, un altivo tío Antonio tomaba del brazo a la hermosa Rosita que, rebosante de dicha, lucía orgullosa su corona de azahar.
Relato finalista en el XI Concurso de Microrrelatos "El Roblón" 2024
Foto: Freepik
Las ventanas de sus respectivas
cocinas están separadas por un pequeño patio de luces por el que llega el
sonido de una radio encendida. Hoy, como es habitual en las horas previas al
almuerzo, ambas ventanas están abiertas. Él canturrea las canciones que se
cuelan en su cocina, mientras trajina con soltura. Corta, maja, sazona,
especia, sofríe… La mujer de enfrente simplemente prepara su guiso como una
rutina más y en un momento dado, guiada por su olfato, se asoma, cierra los
ojos y aspira con deleite el aroma exquisito que se escapa del fogón de su
vecino. Cuando vuelve a abrirlos, él está allí enfrente, observándola. Se
produce entonces una fusión de miradas capaz de detenerlo todo mientras una
canción, Can´t take my eyes off you, comienza a subir por el patio. Pero
este encuentro no buscado resulta efímero. Queda roto con el repentino cambio
de emisora y cada cual regresa a lo suyo. Él a seguir poniendo esmero en
preparar el ragú de ternera que disfrutará en su soledad de divorciado y ella a
terminar de cocer las lentejas veganas que comerá sin gusto pero que
servirán para llenarle el plato al triste de su marido.
Publicado en estasnochetecuento.com
Foto: Freepik
Escrito para estanochetecuento.com
Imagen IA
Los cuatro empezamos a ser inseparables ya en la escuela primaria. Por eso, cuando Guille murió sin guardar turno, decidimos no referirnos a él como un difunto al que se le llora o como un muerto al que se le entierra. Él seguiría con nosotros. Lo habíamos jurado al terminar el instituto, pasara lo que pasara no perderíamos nunca el contacto. Quizás esa fue la razón por la que no nos extrañó tanto verlo aparecer, como si nada, dispuesto a jugar la partida semanal de pádel que aquel jueves, para evitar asumir su ausencia, no quisimos suspender. Reprimiendo las ganas de abrazarlo, fingimos normalidad y ninguno cometimos la torpeza de aludir a su reciente funeral. Y terminado el encuentro, nuestro retornado amigo, ejerciendo más que nunca como alma del grupo, nos convenció para salir de fiesta. Jaleados por él, vivimos la noche intensamente, desenfrenados, como si no hubiera un mañana. Al cerrar el último garito, él se empeñó en conducir y acabamos, con las primeras luces del día, estampados contra un camión. Fue entonces, mientras flotábamos en una ingravidez espiritual, cuando Guille nos dijo: «Chicos, ahora empieza lo bueno de verdad. Bienvenidos a este otro lado».
Publicado en "estanochetecuento.com" e incluido en su libro anual de 2023
Imagen: Inteligencia Artificial
Quise estar allí sin perder detalle, confundido entre los familiares y amigos que asistían al sepelio. Pude escuchar la ráfaga de viento que agitó los cipreses cuando el ataúd bajaba lentamente hasta el fondo de la fosa. Luego, el espeluznante sonido de las primeras paladas al caer sobre el féretro y los sollozos de la viuda, agarrada al brazo de su hijo mayor. Concluido el acto, abandoné discretamente el lugar como uno más del cortejo.
Arturito Ortega Martín, muerto al salirse con su coche de la carretera, se pudre ya en el pueblo que lo vio nacer. Cuando su lápida sea colocada, no será difícil saltar de madrugada la tapia del cementerio para encontrarme por primera vez a solas con él. Y aprovechando que ocupa una tumba y no un nicho como los otros, me la sacaré y mearé sobre su nombre antes de lanzarle el amargo escupitajo que les tengo prometido a todos los que a mis catorce años, -cosa de chavales, se dijo-, me enseñaron lo que duele estar solo y me hicieron abandonar el colegio.
Cosme busca todas las noches palabras nuevas en el diccionario. Palabras que suenen bien y signifiquen algo hermoso. Arrebol, melifluo, inmarcesible, petricor… Pretende impresionar con ellas a Doña Mercedes, la que fuera catedrática de lengua en el instituto donde él ejerció toda su vida como bedel. Ahora que el paso de los años ha convertido a ambos en jubilados, siente que la distancia que los separa es más corta. Ella, a la que nunca se le conoció más amor que el que profesaba a la docencia, fue para él sueño imposible. Ya viudo, la suele ver en el parque, siempre leyendo un libro sentada en el mismo banco. Es cuando, sabiendo que no la importuna, aprovecha para estrenar sus palabras nuevas mientras ella, apoyando su libro en el regazo, le demuestra que por fin ha aprendido a sonreír y finge escucharlo encantada, como seguro lo haría si esa maldita arterioesclerosis no la hubiera dejado completamente sorda.
Incluido en el libro editado con los relatos seleccionados en el XI Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez
Foto Freepik
Nuestros padres empezaron por prohibirnos los donuts, los bollicaos y hasta las patatas fritas. Fue sólo el principio. Seducidos por el eslogan “Asturias paraíso natural”, nos sacaron del colegio para traernos a vivir a este paraje aislado y sin cobertura. Ahora bebemos agua de manantial, comemos lo que da la tierra y nos regimos por la posición del sol. No estamos desarrollando ese amor por la naturaleza que pretenden inculcarnos, pero nos han despertado un vivo interés por la botánica y la micología. Andamos buscando desesperadamente la planta letal o seta venenosa que nos ayude a regresar al mundo civilizado.
Relato escrito para la X Quedada Microrrelatista de Asturias 2023
Foto Freepik
Relato finalista del mes de abril 2023 en el XII edición del Microconcurso La Microbiblioteca de Barberá del Vallés.
La foto es aquella con la que se ha ilustrado el microrrelato al publicarse en el Blog de la Microbiblioteca.
Nuestro piso se quedó un poco estrecho para tanto amor, por eso decidimos construirnos una casa de campo con huerto y jardín. Allí plantamos hortalizas, rosas y árboles frutales. Hicimos de aquella parcela nuestro paraíso terrenal y fuimos felices hasta que apareció la serpiente.
Relato ganador del IX Concurso de Relatos YK
Foto Pixabay
Su marido me contrató para que la vigilara. “La dejo demasiado tiempo sola y no me fío”, me dijo. Cuando me mostró su foto deseé fervientemente que aquella Rita Hayworth de mirada peligrosa estuviera dispuesta a ser infiel con un tipo como yo, un triste detective con ganas de parecerse a Humphrey Bogart.
A ella no
quise engañarla y desde el primer momento puse las cartas sobre la mesa. Su
despecho facilitó que nos hiciéramos amantes y tras algún tiempo jugando a dos
barajas, comprendimos que su marido estorbaba para nuestros planes de futuro.
El arsénico, nuestro cómplice perfecto, suministrado en pequeñas dosis fue
ejerciendo su efecto letal. Fatiga, inapetencia, hipertensión… Pero el muy
cretino, achacándolo todo a la ansiedad provocada por sus turbios negocios,
decidió liquidarlos y dedicarle más tiempo a ella. Para empezar, se marcharon juntos a pasar un
par de semanas en el mejor balneario de Hot Springs.
A su regreso a
Chicago, hace solo tres días, la encontré exultante, con un brillo distinto en
los ojos. Yo, loco de celos, dejo
escrito este relato ahora que me siento morir tras beber de esa botella de
bourbon que, escondida en la maleta, me trajo como souvenir.
Publicado en estanochetecuento.com
Escrito para estanochetecuento.com
Foto; Pixabay
Relato distinguido con un accésit en el Concurso de Microrrelatos de Godella 2022 (Ayuntamiento de Godella)
Foto Pixabay
Tras equiparme convenientemente y entrenar durante meses, hoy por fin he tomado la salida. Me he sentido feliz al notar el viento de diciembre acariciando mi cara y orgulloso de formar parte del concierto de zapatillas golpeando el asfalto. Pero al llegar al Paseo del Rollo y mirar hacia arriba, he creído verme allí, donde todos los años, acodado en el balcón con la sonrisa estúpida del que se burla de los que corren sin otro afán que el de participar. Ha sido entonces cuando me he preguntado quien acabará ganando esta competición que mantengo contra lo peor de mí mismo.
Al principio se sintió la mujer más feliz del mundo con su nueva adquisición y disfrutó entusiasmada de una luna de miel repleta de pasión y atenciones, pero programado para complacerla en todo sin disentir en nada, pasado no mucho tiempo, su chulazo a medida le resultó tan previsible como empalagoso y optó por desconectarlo y arrumbarlo en el trastero. Fue entonces cuando sintió la necesidad de volver a los garitos de la noche en busca de algún hombre imperfecto de esos de los que tanto había renegado, sin saber que, debido a la gran demanda producida en las últimas semanas, ya no quedaba ninguno disponible.
Nunca llegó. Fue encontrado muerto, entre tumbas, a la mañana siguiente. Tenía el rostro desencajado y la capa enganchada tras de sí en la reja del panteón en el que su esposa, muerta en extrañas circunstancias, por fin podría descansar en paz.
Puede parecer paradójico, pero el contacto con la enfermedad e incluso con la muerte se convirtió en mi vía de escape y aliviar el dolor ajeno me ayudaba a no ahogarme en el que me provocaba el deterioro de nuestro matrimonio. En mi descolorida autoestima, el verde de mi uniforme de enfermera era lo que aportaba color a mis días. Fuera del hospital me consumía en mi papel de mujer cansada, coprotagonista de una historia con dos personajes que ya ni se tomaban la molestia de reconocerse aunque siguieran viviendo juntos por pura inercia.
Un día, un paciente a mi cargo entró en parada y hubo que aplicarle las oportunas maniobras de reanimación cardiopulmonar. Fue una intensa lucha contra reloj y cuando ya casi lo dábamos por perdido, conseguimos que su corazón volviera a latir. Al terminar el turno, agotada y a la vez satisfecha, en lugar de irme para casa me dirigí a un centro comercial.
Pasados un par de días, mi teléfono empezó a recibir wasaps de un tal Gerardo, un macizorro con cara de malote y barba de tres días que quería darme las gracias por lo bien que atendimos a su padre. Mostraba una clara intención de tontear conmigo y yo, sin cortarme un pelo, entré en complicidad con él. Pronto nuestras conversaciones adquirieron un tono desinhibidamente sexual que mi marido, fiel a su vicio de espiarme el móvil hasta el punto de interesarse más en él que en mí misma, no tardó en descubrir. A partir de ahí tuvo un curioso cambio de actitud. Volví a ser de nuevo objeto de su atención, aunque no de la forma que yo hubiera querido, sino como destinataria permanente de sus reproches. No eran reproches que hicieran alusión a mi escarceo extramatrimonial que él no podía admitir que conocía, sino más bien relacionados con cualquier aspecto de la actividad cotidiana: “cada día haces más ruido a la hora de levantarte”, “siempre te dejas la luz del baño encendida”, “no sé por qué te empeñas en seguir teniendo la casa llena de jarrones vacíos”…
Y así estuvimos un tiempo, no mucho, hasta que su ceño dejó de estar permanentemente fruncido gracias, al parecer, a los wasaps de alto contenido sexual que empezó a recibir de una tal Amanda y que él respondía sin desmerecer el tono. Eso pude constatar gracias a las regulares exploraciones que yo, lo admito, hacía a su teléfono cada vez que se metía en la ducha. No me gustó nada aquel hallazgo ni aquella morena con curvas de silicona, más joven que él y con una talla de sujetador como la que siempre me dijo que le hubiera gustado que yo tuviera.
Por suerte, Gerardo vino en seguida en mi auxilio y se las ingenió, inventando una historia que cualquier persona inteligente hubiera cuestionado, para colarse en el WhatsApp de Amanda y pedirle una amistad que ella, a la vista de aquel chulazo con aspecto de no haber leído ni las letras de sus tatuajes, hubiera sido ilógico que rechazara. Sin duda estaban hechos el uno para el otro.
Ahora Gerardo y Amanda mantienen una tórrida relación por WhatsApp y aunque no deja de ser más que sospechoso que ninguno de los dos proponga conocerse en persona ni videollamarse, siguen tan enganchados con su cibersexo escrito que hemos dejado de interesarles. Mientras, nosotros, como si lo suyo fuera contagioso, hemos desempolvado, entiéndase la expresión, nuestra vida sexual con tal grado de complicidad, que nada tenemos que envidiarles.
Presentado al V Premio Internacional Café Español 2022
Foto Pixabay
Bajamos del avión dispuestos a bebernos la isla. Semejante destino nos ofrecía alcohol barato y puro desmadre. No teníamos más plan que quemar unos días de libertad low cost. Ella no estaba prevista. La conocimos la primera noche. Abandonó a sus amigas para convertirse en musa de nuestras borracheras. Nunca he visto ojos más azules ni tetas más hipnóticas. Aventajándonos en edad, aseguraba que le parecíamos chavales divertidos. Debía ser verdad en lo que respecta a mis amigos. Con ellos no paraba de reír mientras encantada, se dejaba querer. Yo, en cambio, volví a ejercer de insignificante. Ni siquiera logré que se aprendiera mi nombre. Cuando la tercera noche acabamos los cinco en nuestro apartamento, con osadía etílica aposté que lo haría. En un salto que pretendí impecable, me lancé desde el balcón sólo para ser su ángel, pero al dejar atrás la barandilla, me faltaron alas para rectificar la trayectoria. Varios pisos más abajo, la piscina iluminada, tan azul como sus ojos, se movió lo suficiente como para que no nos encontráramos.
Escrito para estanochetecuento.com
Imagen: Freepik
Escrito para la Copa 2022 de estanochetecuento.com
Foto: Pixabay
Ha ocurrido esta mañana. Al despertarme, Charlotte no estaba en la tienda. Alarmados, hemos seguido sus pisadas hasta llegar a la probable guarida del abominable bípedo. Al oírla gritar, sólo yo he sabido que no era de terror y avergonzado, he pedido a mis compañeros que regresáramos al campamento.
Escrito para la Copa 2022 de estanochetecuento.com
Foto: PublicDomainPictures.net
Publicado en la copa 2022 de estanochetecuento.com
El nuevo reality partía con todos los ingredientes para conseguir el favor del público: trece concursantes desconocidos entre sí debían permanecer en una isla desierta durante un mes. Ganarían mucho dinero si entre todos lograban dos únicos objetivos: sobrevivir por sus propios medios y dibujar un mapa de aquel territorio en el que habían sido confinados. Ellos mismos se grabarían con una sofisticada cámara dotada de baterías de larga duración y enviarían las imágenes vía satélite. El casting había sido exhaustivo para asegurar el éxito del concurso. Personas narcisistas, conflictivas y por supuesto, dadas a llorar en público por el motivo más nimio.
Al principio todo fue bien. Hubo disputas, gritos, insultos, llanto y rabia. La audiencia encantada disparó el share. Pero algo imprevisto ocurrió. Los participantes encontraron unas hojas aromáticas que debidamente infusionadas proporcionaban un enorme sosiego espiritual. El grupo se convirtió así en una comunidad de cooperación y hermandad. Esa falta de tensión provocó, sin embargo, que la multitud de seguidores fuera abandonando el programa y finalmente la cadena optó por suprimirlo. Los elegidos quedaron allí, en su isla sin mapa, olvidados para siempre pero felices como nunca disfrutando del paraíso encontrado.
Escrito para esta noche te cuento
(Foto Pixabay)
Fue una mañana de domingo. Por un desconocido fenómeno cósmico, una lluvia de ángeles se desencadenó sobre la ciudad. Algunos eran rubitos y lechosos como gustaban a Murillo, otros morenitos y tiernos al estilo Machín, todos con alas que ya no volaban pero que les sirvieron para planear, evitando así estamparse contra el suelo.
La población, conmovida ante la divina inocencia de tan hermosas criaturas, no tardó en movilizarse y pronto todos encontraron un hogar. Adoptados como hijos fueron recibiendo una esmerada educación en valores y buenos modales y paralelamente, por el mero contacto con los mortales, un completo máster en hipocresía, odio, envidia, egoísmo y demás componentes de la más genuina maldad.
Alcanzada la adolescencia, aquellos niños que llenaron de candor la ciudad desaparecieron de forma tan súbita como llegaron. Dicen que alguien los vio adentrarse en la gruta conocida como “Boca del Infierno” y que desde lo más profundo de la misma llegaron los ecos de su fiesta de graduación como ángeles caídos.
Publicado en estanochetecuento.com
(Foto pixabay.com)
Es probable que la culpa la tuviera el temporal que aquella mañana cubrió de blanco la ciudad, lo cierto es que cuando Candela, desafiando al mal tiempo y buscando filetes de merluza, apareció por primera vez frente al mostrador de Nieves, ambas se miraron a los ojos y una aurora boreal pareció iluminarlas justo en el momento en que saltaba el cuadro eléctrico del local.
Relato finalista en el IX Certamen de microrrelato 'Realidad Ilusoria'
(Foto Freepik)
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Semejante juego se prolongó durante no pocas semanas, hasta que un día, rompiendo todas las pautas por ella misma marcadas, quiso comunicarse conmigo a través del cristal y utilizando su iPad, me mostró inexpresiva una texto. Me citaba esa misma noche en la terraza del 230 Fith de la Quinta Avenida esquina a la Calle 37, donde había reservado una mesa a su nombre que hasta ese momento yo desconocía. Naturalmente acudí, lo mejor vestido que pude, a ese encuentro que resultó de pocas palabras tal y como cabría esperarse de dos personas que se sientan frente a frente sin tener nada en común. No importó demasiado. Terminamos la velada en su apartamento donde por primera vez entre nosotros pusimos en juego todos los sentidos.
A partir de aquello cambiamos la forma de relacionarnos y la empresa, a petición propia, me destinó a otro edificio. Como amante a domicilio empecé a visitarla con la regularidad que ella fijaba, siendo consciente de no ser más que un entretenimiento dentro de su vida llena de lujos y carente de ilusiones. Pero algo pasaba para que no acabásemos de funcionar con la intensidad con que lo hacíamos cuando éramos unos desconocidos que se encontraban a través de una ventana. Por eso yo, temeroso de convertirme demasiado pronto en su juguete roto , tomé por una vez la iniciativa y superando mis complejos de hombre doblegado a sus caprichos, la invité a mi modesto semisótano cerca de Brooklyn. Una vez allí, sin ni siquiera hacer la intención de atraparnos en algo parecido a un abrazo, le pedí que se situara al otro lado de la puerta acristalada que separa el cuarto de estar de la minúscula cocina. No hizo falta explicarle nada. Separados por esa barrera, le di tiempo antes de asomarme y cuando lo hice, la vi luciendo un espléndido conjunto de ropa interior, para mi sorpresa, no del color negro al que me tenía acostumbrado, sino de un delicioso rosa palo, lo que solo cabía interpretarse como una sutil declaración de amor. Y mientras, abstraídos de todo lo demás, recuperábamos gozosos nuestra particular manera de ser el uno para el otro, la noche se instalaba en Nueva York y sus miles de ventanas, poco a poco, empezaban a encenderse.