COMO ESTO ES UN BLOG, LO QUE VOY AÑADIENDO SE VA ORDENANDO CRONOLÓGICAMENTE. NO OBSTANTE, EN LA PARTE SUPERIOR LAS ENTRADAS ESTÁN AGRUPADAS POR ETIQUETAS SEGÚN SEAN MICRORRELATOS, RELATOS BREVES, RELATOS...SÓLO HAY QUE PINCHAR... 

  Otra cosa (y perdonad si os parece una obviedad), al llegar al final de la página, para seguir leyendo hay que pulsar "Older Posts"


    Se agradecen los comentarios.



Ora et labora

    Siempre que se presenta la ocasión cambia la austeridad de la sotana por ese disfraz de bombero con el que enciende pasiones en las despedidas de solteras. Nunca defrauda. Ellas se divierten con su actuación y él se alegra por los necesitados de la parroquia cada vez que una mano de mujer le deja un billete en la goma del tanga.



Finalista en el "XVI Concurso de relatos escritos por personas mayores" organizado por Fundación "las Caixa" en colaboración con Radio Nacional de España.

Foto: Freepik

Foto de familia

Cada año nos reunimos toda la familia en Nochebuena y al terminar la cena nos hacemos una foto con el disparador automático. El primer año del que tengo memoria el abuelo no salió y las Navidades siguientes ya no estuvo con nosotros. Le tocó entonces a la Tía Ramona no aparecer y corrió igual suerte. Año tras año se repitieron los fatales vaticinios. Cuando le tocó a papá no estar me hizo prometer que continuaría con esa vieja tradición familiar. Así lo he venido haciendo hasta esta última foto en la que salgo rodeado de todos los que se fueron. 



Finalista en el "XV Concurso de relatos escritos por personas mayores" organizado por Fundación "las Caixa" en colaboración con Radio Nacional de España.

Foto I.A.

Echar de menos

 

    A todos les duele su ausencia. Antes estaban completos. Eran una familia como tantas que viven en el barrio, con su rutina diaria, su economía ajustada y sus domingos y festivos de parque con palomas o palomitas con cine. Una familia sencilla, unida, quizás feliz. Hoy les falta él y les cuesta aceptarlo. Los niños lo echan de menos, pero ninguno de los dos se atreve a preguntar qué ha sido de su padre. Ella, discreta, se esfuerza por aparentar normalidad, pero no puede evitar entreabrir los visillos, de vez en cuando, para mirar melancólica a la calle como si todavía esperara verlo regresar. Hasta el perro sigue haciendo guardia junto a la puerta de entrada deseoso de darle su aparatosa bienvenida de ladrido alegre y rabo inquieto. Aquel al que todos añoran está cada vez más lejos, aunque ahora, el extraño en el que se ha convertido tras perder el trabajo, duerma una nueva borrachera en el silencio oscuro de la habitación matrimonial.


Seleccionado para ser incluido en el libro recopilatorio anual de "estanochetecuento.com". Tema "saudade"

Foto: Freepik

Tragedias

    Un coche que atropella a un lugareño y se da a la fuga. Una familia que bebe agua de un pozo envenenado. Un niño que desaparece y lo encuentran ahogado en la acequia… De un tiempo a esta parte la comarca ha cogido fama de estar marcada por la tragedia. Y es que la gente no es capaz de ver más allá. Antes en estos pueblos y aldeas nunca pasaba nada y sus habitantes se morían de viejos, pero eso no significaba que a todos nos fuera bien. Mi familia las pasó canutas. Por eso no tuve más remedio que ingeniármelas para salvar el ruinoso negocio de servicios funerarios que como única herencia nos dejó mi padre.

Publicado en el Diario Sur de Málaga el 27/7/24 como relato seleccionado para participar en el IV Premio de microrrelatos Pablo Aranda.

Foto: Freepik

Ultramar

    El tío Antonio, hermano de mi abuelo, cuando cerraron la mina que prestaba vida al pueblo, sintió la llamada de ultramar. Con poco más que una maleta de cartón tomó rumbo a una Argentina que prometía trabajo y prosperidad. Atrás dejaba patria, familia y a Rosita, la moza que bordaba por él sábanas de matrimonio.  Pero desde que partió rumbo al puerto de Cádiz, nada más se supo de aquel aguerrido muchacho. El mar se convirtió en un muro de silencio y Rosita, incapaz de resignarse, caminaba muchas tardes los kilómetros que la separaban del acantilado solo para preguntarle a las mareas qué había sido de su Antonio. Hasta que un mal día el temporal de poniente pareció borrarla del paisaje y perderla en el abismo. Tuvieron que pasar muchos inviernos y tres generaciones para que llegara al pueblo un elegante viajero de acento porteño que, deseoso de conocer sus raíces, buscó la sombra de nuestro árbol. Allí nos contó su historia y nos mostró el testimonio traído desde el otro lado del mar, el retrato de boda de sus abuelos. En él, un altivo tío Antonio tomaba del brazo a la hermosa Rosita que, rebosante de dicha, lucía orgullosa su corona de azahar.


Relato finalista en el XI Concurso de Microrrelatos "El Roblón" 2024

Foto: Freepik



Guisos (Can´t take my eyes)

 

    Las ventanas de sus respectivas cocinas están separadas por un pequeño patio de luces por el que llega el sonido de una radio encendida. Hoy, como es habitual en las horas previas al almuerzo, ambas ventanas están abiertas. Él canturrea las canciones que se cuelan en su cocina, mientras trajina con soltura. Corta, maja, sazona, especia, sofríe… La mujer de enfrente simplemente prepara su guiso como una rutina más y en un momento dado, guiada por su olfato, se asoma, cierra los ojos y aspira con deleite el aroma exquisito que se escapa del fogón de su vecino. Cuando vuelve a abrirlos, él está allí enfrente, observándola. Se produce entonces una fusión de miradas capaz de detenerlo todo mientras una canción, Can´t take my eyes off you, comienza a subir por el patio. Pero este encuentro no buscado resulta efímero. Queda roto con el repentino cambio de emisora y cada cual regresa a lo suyo. Él a seguir poniendo esmero en preparar el ragú de ternera que disfrutará en su soledad de divorciado y ella a terminar de cocer las lentejas veganas que comerá sin gusto pero que servirán para llenarle el plato al triste de su marido.


Publicado en estasnochetecuento.com

Foto: Freepik


Trecho final

 

Para que el piso no se les quedara tan grande convirtieron el dormitorio del hijo en cuarto de plancha y el de la hija en pequeño despacho con una mesa de escritorio. Sobre ella instalaron más tarde un ordenador para ver crecer a los nietos por videoconferencia. Sin embargo, no han podido evitar que el vacío ocupe su espacio y aunque riñan a menudo por cualquier tontería, ni sus voces airadas ni las de las del televisor encendido son capaces de acallar el silencio latente de su convivencia. Los dos se hacen la misma pregunta:  ¿Qué queda de lo que fuimos? Quizás la mera costumbre que conjura el miedo a la soledad, esa soledad que se vuelve mucho más amenazante en el trecho final de la vida. Y por creerse lo que ya no son, de vez en cuando sienten la íntima obligación de hacerse el amor, siempre con los ojos cerrados. Él piensa en la joven vecina a la que desea con lascivia de viejo verde y ella en aquel joven apuesto y enamorado con el que un día se casó.

Escrito para estanochetecuento.com

Imagen IA

Inseparables

 

Los cuatro empezamos a ser inseparables ya en la escuela primaria. Por eso, cuando Guille murió sin guardar turno, decidimos no referirnos a él como un difunto al que se le llora o como un muerto al que se le entierra. Él seguiría con nosotros. Lo habíamos jurado al terminar el instituto, pasara lo que pasara no perderíamos nunca el contacto. Quizás esa fue la razón por la que no nos extrañó tanto verlo aparecer, como si nada, dispuesto a jugar la partida semanal de pádel que aquel jueves, para evitar asumir su ausencia, no quisimos suspender. Reprimiendo las ganas de abrazarlo, fingimos normalidad y ninguno cometimos la torpeza de aludir a su reciente funeral. Y terminado el encuentro, nuestro retornado amigo, ejerciendo más que nunca como alma del grupo, nos convenció para salir de fiesta. Jaleados por él, vivimos la noche intensamente, desenfrenados, como si no hubiera un mañana. Al cerrar el último garito, él se empeñó en conducir y acabamos, con las primeras luces del día, estampados contra un camión. Fue entonces, mientras flotábamos en una ingravidez espiritual, cuando Guille nos dijo: «Chicos, ahora empieza lo bueno de verdad. Bienvenidos a este otro lado».


Publicado en "estanochetecuento.com" e incluido en su libro anual de 2023

Imagen: Inteligencia Artificial

Retrasos

   El Predictor marcaba las dos rayas. ¡Por fin! Ya estaban a punto de perder toda esperanza. Llevaban mucho tiempo intentándolo. ¡Menuda alegría le iba a dar a su marido! Él lo deseaba casi tanto como ella, por eso no había querido decirle nada, para sorprenderle si el embarazo se confirmaba. Aunque ella en principio no estaba de acuerdo, aceptó que no acudirían a los médicos. Ni culpa tuya ni mía. Si no puede ser, no puede ser. Voluntad de Dios. Ahora tocaba abrir juntos la botella de cava que tenían reservada para la ocasión. Ella, naturalmente, sólo se mojaría los labios. Debía empezar a cuidarse. Por suerte,  le daba tiempo de improvisar una cenita especial. Él había llamado para avisar que se retrasaba un poco. Lo que no explicó fue el verdadero motivo. Quería pasar por la clínica a recoger personalmente el resultado de la prueba que en secreto se había hecho y que iba a confirmarle su absoluta esterilidad.


Publicado en estanochetecuento.com
Foto: Freepik.es

Cosa de chavales

 

     

   Quise estar allí sin perder detalle, confundido entre los familiares y amigos que asistían al sepelio. Pude escuchar la ráfaga de viento que agitó los cipreses cuando el ataúd bajaba lentamente hasta el fondo de la fosa. Luego, el espeluznante sonido de las primeras paladas al caer sobre el féretro y los sollozos de la viuda, agarrada al brazo de su hijo mayor. Concluido el acto, abandoné discretamente el lugar como uno más del cortejo.

     Arturito Ortega Martín, muerto al salirse con su coche de la carretera, se pudre ya en el pueblo que lo vio nacer. Cuando su lápida sea colocada, no será difícil saltar de madrugada la tapia del cementerio para encontrarme por primera vez a solas con él. Y aprovechando que ocupa una tumba y no un nicho como los otros, me la sacaré y mearé sobre su nombre antes de lanzarle el amargo escupitajo que les tengo prometido a todos los que a mis catorce años, -cosa de chavales, se dijo-, me enseñaron lo que duele estar solo y me hicieron abandonar el colegio.

Foto Pixabay

Palabras nuevas

 

    Cosme busca todas las noches palabras nuevas en el diccionario. Palabras que suenen bien y signifiquen algo hermoso. Arrebol, melifluo, inmarcesible, petricor… Pretende impresionar con ellas a Doña Mercedes, la que fuera catedrática de lengua en el instituto donde él ejerció toda su vida como bedel. Ahora que el paso de los años ha convertido a ambos en jubilados, siente que la distancia que los separa es más corta. Ella, a la que nunca se le conoció más amor que el que profesaba a la docencia, fue para él sueño imposible. Ya viudo, la suele ver en el parque, siempre leyendo un libro sentada en el mismo banco. Es cuando, sabiendo que no la importuna, aprovecha para estrenar sus palabras nuevas mientras ella, apoyando su libro en el regazo, le demuestra que por fin ha aprendido a sonreír y finge escucharlo encantada, como seguro lo haría si esa maldita arterioesclerosis no la hubiera dejado completamente sorda.


Incluido en el libro editado con los relatos seleccionados en el XI Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez

Foto Freepik

Paraíso natural

    Nuestros padres empezaron por prohibirnos los donuts, los bollicaos y hasta las patatas fritas. Fue sólo el principio. Seducidos por el eslogan “Asturias paraíso natural”, nos sacaron del colegio para traernos a vivir a este paraje aislado y sin cobertura. Ahora bebemos agua de manantial, comemos lo que da la tierra y nos regimos por la posición del sol. No estamos desarrollando ese amor por la naturaleza que pretenden inculcarnos, pero nos han despertado un vivo interés por la botánica y la micología. Andamos buscando desesperadamente la planta letal o seta venenosa que nos ayude a regresar al mundo civilizado.


Relato escrito para la X Quedada Microrrelatista de Asturias 2023 

Foto Freepik

Imaginario

    Mis padres, que nunca aceptaron la muerte de mi hermano, actuaban como si él siguiese vivo. Harto de compartir mi cuarto con quien ya no existía, de ver como cada día se enfriaba su plato de sopa en la mesa o de heredar una ropa que se le quedaba pequeña sin haberla usado, un domingo que salimos de excursión en familia, aprovechando un descuido, empujé con todas mis fuerzas el recuerdo de mi hermano al río. Por desgracia mi padre, que al parecer oyó sus gritos, se tiró para salvarlo aun sin saber nadar. Y como no hay nada malo que no pueda empeorar, ahora, además de un hermano, tengo un padre imaginario.


Relato finalista del mes de abril 2023 en el XII edición del  Microconcurso La Microbiblioteca de Barberá del Vallés.

La foto es aquella con la que se ha ilustrado el microrrelato al publicarse en el Blog de la Microbiblioteca.

Constelaciones

    Me quedé dormido contemplando la bóveda celeste y en mi sueño apareció ella, tan deseada como imposible, invitándome a pasear en cuerpo astral por todas las constelaciones. Despojados de materia aunque no de deseo, ascendimos ligeros hasta la Osa Mayor y desde allí alcanzamos las nebulosas de Orión. Nos besamos en Andrómeda y ya en Casiopea sentimos que formábamos parte de un infinito capaz de desplegar toda la belleza de un orgasmo. Cegado por tanta luz medida en años, no vi el agujero negro por el que me precipité y caí en un vertiginoso descenso que parecía no tener fin. Desperté sobresaltado en la realidad de una butaca reclinada que debía abandonar sin perder más tiempo.  Me esperaban el cubo y la mopa para seguir fregando, como cada noche, el suelo pisoteado del planetario. 


Publicado en estanochetecuento.com
Imagen de benzoix en Freepik

Paraíso terrenal

    Nuestro piso se quedó un poco estrecho para tanto amor, por eso decidimos construirnos una casa de campo con huerto y jardín. Allí plantamos hortalizas, rosas y árboles frutales. Hicimos de aquella parcela nuestro paraíso terrenal y fuimos felices hasta que apareció la serpiente. 



Relato ganador del IX Concurso de Relatos YK

Foto Pixabay

Efecto letal

 

      Su marido me contrató para que la vigilara. “La dejo demasiado tiempo sola y no me fío”, me dijo. Cuando me mostró su foto deseé fervientemente que aquella Rita Hayworth de mirada peligrosa estuviera dispuesta a ser infiel con un tipo como yo, un triste detective con ganas de parecerse a Humphrey Bogart.

         A ella no quise engañarla y desde el primer momento puse las cartas sobre la mesa. Su despecho facilitó que nos hiciéramos amantes y tras algún tiempo jugando a dos barajas, comprendimos que su marido estorbaba para nuestros planes de futuro. El arsénico, nuestro cómplice perfecto, suministrado en pequeñas dosis fue ejerciendo su efecto letal. Fatiga, inapetencia, hipertensión… Pero el muy cretino, achacándolo todo a la ansiedad provocada por sus turbios negocios, decidió liquidarlos y dedicarle más tiempo a ella.  Para empezar, se marcharon juntos a pasar un par de semanas en el mejor balneario de Hot Springs.

 A su regreso a Chicago, hace solo tres días, la encontré exultante, con un brillo distinto en los ojos. Yo,  loco de celos, dejo escrito este relato ahora que me siento morir tras beber de esa botella de bourbon que, escondida en la maleta, me trajo como souvenir.


Publicado en estanochetecuento.com

Un pellizco de emoción

No era una pareja al uso. Teniendo claro que su peor enemiga era la rutina, siempre trataban de arrancarle a la vida un pellizco de emoción. Esa noche quisieron celebrar su aniversario en aquel restaurante y no se quedaron cortos a la hora de elegir lo mejor de la carta. Terminaron la cena brindando con champán francés antes de levantarse y salir corriendo sin pedir la cuenta. Perseguidos por el camarero, consiguieron llegar al coche y arrancar rebosantes de excitación. En la mesa que habían ocupado quedaba un sobre con el importe de lo consumido y una generosa propina.

Foto Pixabay

Punto final


    La torre de la iglesia dejaba caer como lágrimas los golpes de bronce de las campanas. Ningún toque sonaba sin que se hubiese extinguido el eco del anterior. Se anunciaba así que el cura del pueblo descansaba ya en la paz del Señor. Don Servando, tan querido por todos, abandonaba este mundo y muchas cosas se iban con él. Los feligreses perdían a un bondadoso guía espiritual. Los menesterosos al benefactor que les prestaba auxilio y consuelo. Los escolares se quedaban sin el paciente director de su coro de voces blancas y Adela, la hija del molinero, no recibiría más cartas obscenas, esas que ni ella ni la Guardia Civil habían conseguido averiguar quién era el cerdo que las enviaba.


Escrito para estanochetecuento.com

Foto; Pixabay

Oniomanía

 

    No hay día que me resista a hacer alguna compra por internet. Al principio era reacia, pero me quedé tan vacía cuando él escapó de mi lado, que perdí las ganas de vivir. Incapaz de salir a la calle pero decidida a superar mi dependencia emocional, recurrí al comercio electrónico y encargué un manual de autoayuda. Ahí empezó todo. Ya no pude parar. Productos cosméticos, lencería fina, vestidos escotados y hasta un juego de sábanas de delicado satén. He convertido mi puerta en un permanente punto de entrega convencida de que algún día volverá el primer repartidor, aquel que me dejó con el libro la sonrisa que ha dado un nuevo sentido a mi vida.

Relato distinguido con una mención en el X Concurso de microrrelatos "Realidad ilusoria"

Ilustración: Pixabay

Matemáticas

Llené la pizarra de fórmulas complejas sólo para impresionarla. Le conté que era un algoritmo infalible que demostraba que estábamos hechos el uno para el otro. No sé si esto la convenció, pero me dijo que sí y a partir de entonces nuestra convivencia fue pura matemática. Sumamos ilusión y esfuerzo para salir adelante y le restamos importancia al hecho de que aquello no acababa de funcionar. Sin embargo, cuando los problemas se multiplicaron y no fuimos capaces de resolverlos, decidimos dividirnos entre dos y seguir nuestra vida por separado, convertidos en números primos.


Relato distinguido con un accésit en el Concurso de Microrrelatos de Godella 2022 (Ayuntamiento de Godella)

Foto Pixabay 

Superación

 

    Siempre me ha gustado ver los toros desde la barrera y la San Silvestre desde el balcón. Sin embargo, como propósito de año nuevo, decidí abandonar mi papel de mero espectador de la vida y empezar por inscribirme en la siguiente edición de la carrera salmantina. 

    Tras equiparme convenientemente y entrenar durante meses, hoy por fin he tomado la salida. Me he sentido feliz al notar el viento de diciembre acariciando mi cara y orgulloso de formar parte del concierto de zapatillas golpeando el asfalto. Pero al llegar al Paseo del Rollo y mirar hacia arriba, he creído verme allí, donde todos los años, acodado en el balcón con la sonrisa estúpida del que se burla de los que corren sin otro afán que el de participar. Ha sido entonces cuando me he preguntado quien acabará ganando esta competición que mantengo contra lo peor de mí mismo.


Foto Pixabay

El hombre perfecto

 

Se puso de moda hacerse con un hombre perfecto. Como se servían debidamente tuneados según las preferencias de cada clienta, la buena de Matilde encargó el suyo. Fue muy exhaustiva a la hora de enumerar todas las virtudes que debía reunir su androide. Además tuvo el capricho y así lo hizo constar en el apartado “peticiones especiales”, de que llevase su nombre, el de ella, tatuado en el hombro izquierdo con una rosa encarnada sustituyendo al punto de la i.

Al principio se sintió la mujer más feliz del mundo con su nueva adquisición y disfrutó entusiasmada de una luna de miel repleta de pasión y atenciones, pero programado para complacerla en todo sin disentir en nada, pasado no mucho tiempo, su chulazo a medida le resultó tan previsible como empalagoso y optó por desconectarlo y arrumbarlo en el trastero. Fue entonces cuando sintió la necesidad de volver a los garitos de la noche en busca de algún hombre imperfecto de esos de los que tanto había renegado, sin saber que, debido a la gran demanda producida en las últimas semanas, ya no quedaba ninguno disponible.


Relato publicado en estanochetecuento.com 
Imagen Pixabay

Últimas voluntades

El impacto de un meteorito en las afueras del pueblo ha provocado un insólito efecto. Algunos muertos recientes, abandonando sus tumbas, han empezado a escaparse del cementerio. Iluminados por la omnisciencia que da el haber visto las cosas desde el más allá, vuelven dispuestos a enmendar asuntos que se han torcido o concluir cuestiones que quedaron pendientes. Y todos tienen tarea. La señora Gertrudis quiere impedir que se malvenda la casa que fue suya y legó a la sobrina que prometió conservarla. Don Argimiro se ve obligado a poner orden en las disputas que sus hijos, tan amados y tan piadosos, mantienen a causa de la herencia. Y Carmela, la mujer del boticario, va en busca de su marido con aires de zombi cabreada dispuesta a tirarle a la cara las flores que en vida nunca recibió de él y ahora, sin embargo, no faltan en su sepultura.

Relato publicado en estanochetecuento.com
Foto Pixabay

Velada

    Al acabar la agradable cena en casa de nuestros anfitriones, dedicamos la velada a hablar del más allá y de espíritus que regresan con afán de venganza. A la hora de despedirnos, ya de madrugada, ofrecimos al doctor, que había dado noche libre a su cochero, conducirle en nuestra berlina hasta su casa, pero declinó la invitación. Prefería caminar y su palacete quedaba a tiro de piedra atajando cementerio a través.

    Nunca llegó. Fue encontrado muerto, entre tumbas, a la mañana siguiente. Tenía el rostro desencajado y la capa enganchada tras de sí en la reja del panteón en el que su esposa, muerta en extrañas circunstancias, por fin podría descansar en paz.


Foto Pixabay

Contagio

   

    Cuando lo conocí llenó mi vida de flores y por eso creí que junto a él siempre sería primavera.  Decidimos casarnos y hacer de nuestra casa un jardín de pasión y rosas amueblado con muebles de Ikea. Pero como no se puede ser feliz por costumbre, con el paso del tiempo fuimos olvidando los cuidados cotidianos, los detalles, las sonrisas y cuando quisimos darnos cuenta, todo se había marchitado. El espacio de nuestra convivencia era ya un lugar árido y triste. Sólo me quedaba el trabajo como único consuelo y en él me refugié para huir del silencio que se instaló entre nosotros.

Puede parecer paradójico, pero el contacto con la enfermedad e incluso con la muerte se convirtió en mi vía de escape y aliviar el dolor ajeno me ayudaba a no ahogarme en el que me provocaba el deterioro de nuestro matrimonio.  En mi descolorida autoestima, el verde de mi uniforme de enfermera era lo que aportaba color a mis días. Fuera del hospital me consumía en mi papel de mujer cansada, coprotagonista de una historia con dos personajes que ya ni se tomaban la molestia de reconocerse aunque siguieran viviendo juntos por pura inercia.  

Un día, un paciente a mi cargo entró en parada y hubo que aplicarle las oportunas maniobras de reanimación cardiopulmonar. Fue una intensa lucha contra reloj y cuando ya casi lo dábamos por perdido, conseguimos que su corazón volviera a latir. Al terminar el turno, agotada y a la vez satisfecha, en lugar de irme para casa me dirigí a un centro comercial.

    Pasados un par de días, mi teléfono empezó a recibir wasaps de un tal Gerardo, un macizorro con cara de malote y barba de tres días que quería darme las gracias por lo bien que atendimos a su padre. Mostraba una clara intención de tontear conmigo y yo, sin cortarme un pelo, entré en complicidad con él.  Pronto nuestras conversaciones adquirieron un tono desinhibidamente sexual que mi marido, fiel a su vicio de espiarme el móvil hasta el punto de interesarse más en él que en mí misma, no tardó en descubrir. A partir de ahí tuvo un curioso cambio de actitud. Volví a ser de nuevo objeto de su atención, aunque no de la forma que yo hubiera querido, sino como destinataria permanente de sus reproches. No eran reproches que hicieran alusión a mi escarceo extramatrimonial que él no podía admitir que conocía, sino más bien relacionados con cualquier aspecto de la actividad cotidiana: “cada día haces más ruido a la hora de levantarte”,  “siempre te dejas la luz del baño encendida”, “no sé por qué te empeñas en seguir teniendo la casa llena de jarrones vacíos”… 

Y así estuvimos un tiempo, no mucho, hasta que su ceño dejó de estar permanentemente fruncido gracias, al parecer, a los wasaps de alto contenido sexual que empezó a recibir de una tal Amanda y que él respondía sin desmerecer el tono. Eso pude constatar gracias a las regulares exploraciones que yo, lo admito, hacía a su teléfono cada vez que se metía en la ducha. No me gustó nada aquel hallazgo ni aquella morena con curvas de silicona, más joven que él y con una talla de sujetador como la que siempre me dijo que le hubiera gustado que yo tuviera. 

    Por suerte, Gerardo vino en seguida en mi auxilio y se las ingenió, inventando una historia que cualquier persona inteligente hubiera cuestionado, para colarse en el WhatsApp de Amanda y pedirle una amistad que ella, a la vista de aquel chulazo con aspecto de no haber leído ni las letras de sus tatuajes, hubiera sido ilógico que rechazara. Sin duda estaban hechos el uno para el otro.

Ahora Gerardo y Amanda mantienen una tórrida relación por WhatsApp y aunque no deja de ser más que sospechoso que ninguno de los dos proponga conocerse en persona ni videollamarse, siguen tan enganchados con su cibersexo escrito que hemos dejado de interesarles. Mientras, nosotros, como si lo suyo fuera contagioso, hemos desempolvado, entiéndase la expresión,  nuestra vida sexual con tal grado de complicidad, que nada tenemos que envidiarles.


Presentado al V Premio Internacional Café Español 2022

Foto Pixabay


Jugada

 

    El abuelo hacía vida tabernera jugándose los cuartos en timbas clandestinas de cartas. Y en ese ir y venir,  vaciar frascas y apurar partidas,  una infortunada noche perdió capital y hacienda y cuando ya no le quedaba nada, en lugar de retirarse como gallo desplumado, tuvo la osadía de apostarse a la abuela para perderla también. Ciertas cosas, en aquellos tiempos, funcionaban así y a ella le tocaba acatar el resultado de un envite de borrachos. La abuela, sin embargo, se plantó y como lo tratado había sido sin su aquiescencia, retó al estanquero al que debía entregarse a una revancha que, apelando a su más que dudoso sentido de la caballerosidad, no podría negarle. Y como en esto de los naipes el talento puede más que el azar, la abuela se hizo dueña de la mesa y mano tras mano fue recuperando el patrimonio perdido al tiempo que salvaba la dignidad que pretendían arrebatarle. Pero la jugada final se la hizo al abuelo, que tuvo que alistarse como voluntario, muy en contra de su voluntad, para la guerra de Marruecos, advertido de que si allí no caía como un héroe, ni se le ocurriera volver.


Publicado en estanochetecuento.com
Imagen: "Los jugadores de Cartas" de Paul Cézanne (segunda versión)
Metropolitan Museum of Art de Nueva York

Desencuentro

Bajamos del avión dispuestos a bebernos la isla. Semejante destino nos ofrecía alcohol barato y puro desmadre. No teníamos más plan que quemar unos días de libertad low cost. Ella no estaba prevista. La conocimos la primera noche. Abandonó a sus amigas para convertirse en musa de nuestras borracheras. Nunca he visto ojos más azules ni tetas más hipnóticas. Aventajándonos en edad, aseguraba que le parecíamos chavales divertidos. Debía ser verdad en lo que respecta a mis amigos. Con ellos no paraba de reír mientras encantada, se dejaba querer. Yo, en cambio, volví a ejercer de insignificante. Ni siquiera logré que se aprendiera mi nombre. Cuando la tercera noche acabamos los cinco en nuestro apartamento, con osadía etílica aposté que lo haría. En un salto que pretendí impecable, me lancé desde el balcón sólo para ser su ángel, pero al dejar atrás la barandilla, me faltaron alas para rectificar la trayectoria. Varios pisos más abajo, la piscina iluminada, tan azul como sus ojos, se movió lo suficiente como para que no nos encontráramos.

Escrito para estanochetecuento.com

Imagen: Freepik

Cómplices

    Al cura del pueblo yo le llamo padre con más razón que nadie. Mamá me lo contó todo antes de morir. Hoy, apelando a nuestro parentesco, me ha pedido algo que no he podido negarle. El hombre, harto de rogar en los reclinatorios y suplicar en los despachos oficiales, ha decidido pasar a la acción y que yo ponga el coche y sea su cómplice. Ha metido en la mochila una máscara de Darth Vader y un falso revolver y me ha contado su plan camino de la capital. El tejado de la iglesia, me ha dicho, ya no puede esperar más.


Escrito para la Copa 2022 de estanochetecuento.com

Foto: Pixabay

Expedición

En busca del Yeti emprendimos esta expedición científica al Himalaya, dirigida por mi esposa, la eminente antropóloga Charlotte McFlurry, muy interesada desde hace años en verificar su existencia. 
      Tras varias semanas de rastreo, ayer descubrimos huellas de unos enormes pies en la nieve, lo que confirma que no andamos muy lejos.

Ha ocurrido esta mañana. Al despertarme, Charlotte no estaba en la tienda. Alarmados, hemos seguido sus pisadas hasta llegar a la probable guarida del abominable bípedo. Al oírla gritar, sólo yo he sabido que no era de terror y avergonzado, he pedido a mis compañeros que regresáramos al campamento.


Escrito para la Copa 2022 de estanochetecuento.com

Foto: PublicDomainPictures.net

 

Monigotes

El hombre de la chistera recorría las ferias con su espectáculo de marionetas. Era un tipo extraño, de mirada triste y manos pequeñas y amarillas. Nadie conocía su pasado ni se supo dónde aprendió el arte de embelesar a la chiquillería. Dicen que sus monigotes, más allá de los hilos con los que aparentaba manejarlos, tenían vida propia. Hay quien asegura que en el silencio de la noche se les oía llorar encerrados en su baúl. Sólo los niños a los que consiguió engatusar para que subieran al carromato, podrían dar testimonio de semejante prodigio, pero ninguno, por desgracia, sobrevivió para contarlo.


Publicado en la copa 2022 de estanochetecuento.com

Baile de rey y corte

El rey ha convocado baile de máscaras en la Galería de los Espejos para festejar la reciente boda de su hijo el delfín. Ha sido la excusa perfecta para recibir por vez primera en Versalles a la ya famosa Madame Pompadour. Ella, que aparece disfrazada de diosa Diana, no tarda en ser abordada por un Luis XV disfrazado de tejo topiario. Hay algo romántico en el torpe galanteo de un monarca escondido tras la apariencia de árbol, pero el momento queda roto cuando su móvil suena dentro del tronco. El público del teatro queda atónito y el director no sabe dónde esconderse.

Escrito para la Copa 2022 de estanochetecuento.com
Foto Pixabay

Reality

    El nuevo reality partía con todos los ingredientes para conseguir el favor del público: trece concursantes desconocidos entre sí debían permanecer en una isla desierta durante un mes. Ganarían mucho dinero si entre todos lograban dos únicos objetivos: sobrevivir por sus propios medios y dibujar un mapa de aquel territorio en el que habían sido confinados. Ellos mismos se grabarían con una sofisticada cámara dotada de baterías de larga duración y enviarían las imágenes vía satélite. El casting había sido exhaustivo para asegurar el éxito del concurso. Personas narcisistas, conflictivas y por supuesto, dadas a llorar en público por el motivo más nimio. 

    Al principio todo fue bien. Hubo disputas, gritos, insultos, llanto y rabia. La audiencia encantada disparó el share. Pero algo imprevisto ocurrió. Los participantes encontraron unas hojas aromáticas que debidamente infusionadas proporcionaban un enorme sosiego espiritual. El grupo se convirtió así en una comunidad de cooperación y hermandad. Esa falta de tensión provocó, sin embargo, que la multitud de seguidores fuera abandonando el programa y finalmente la cadena optó por suprimirlo. Los elegidos quedaron allí, en su isla sin mapa, olvidados para siempre pero felices como nunca disfrutando del paraíso encontrado.


Relato finalista en la VIII edición del certamen Vallecas Calle del Libro 2022
Foto Pixabay

https://vallecasweb.com/ocio-y-cultura/item/vallecas-el-octavo-certamen-de-microrrelatos-vallecas-calle-del-libro-ya-tiene-ganadores-220505

Reencuentros


 
Desde el primer momento sentí que algo nos unía a pesar de tener tan poco en común. Sin otro afán que el de no precipitarme, me tomaba el tiempo con sosiego, consumiendo sin apremio cada hora y añorando impenitente tu regreso. Tú en cambio, víctima de la impaciencia e incapaz de detenerte por un sentido del deber que te impedía el reposo, me hiciste asumir que no podría seguirte, que tu vocación por la prisa era incompatible con la calma a la que yo me aferraba. Con total resignación, nos conformamos con los dulces instantes compartidos antes de tener que separarnos de nuevo. Alegre y triste el reencuentro con sabor a despedida, vivimos el sinvivir de los amantes fugaces con apoyo en la certeza de volver siempre al abrazo. Y ahora, roto el corazón de nuestro común latido, somos las dos manecillas que tanto se echan de menos paradas en las nueve y cuarto de la esfera del reloj.

Escrito para esta noche te cuento

(Foto Pixabay)

Caídos del cielo

Fue una mañana de domingo. Por un desconocido fenómeno cósmico, una lluvia de ángeles se desencadenó sobre la ciudad. Algunos eran rubitos y lechosos como gustaban a Murillo, otros morenitos y tiernos al estilo Machín, todos con alas que ya no volaban pero que les sirvieron para planear, evitando así estamparse contra el suelo.

    La población, conmovida ante la divina inocencia de tan hermosas criaturas, no tardó en movilizarse y pronto todos encontraron un hogar. Adoptados como hijos fueron recibiendo una esmerada educación en valores y buenos modales y paralelamente, por el mero contacto con los mortales, un completo máster en hipocresía, odio, envidia, egoísmo y demás componentes de la más genuina maldad.

    Alcanzada la adolescencia, aquellos niños que llenaron de candor la ciudad desaparecieron de forma tan súbita como llegaron.  Dicen que alguien los vio adentrarse en la gruta conocida como “Boca del Infierno” y que desde lo más profundo de la misma llegaron los ecos de su fiesta de graduación como ángeles caídos.


Publicado en estanochetecuento.com

(Foto pixabay.com)

Nieves

Nieves, que fue la chica más guapa del instituto, acabó convirtiéndose en el pibón del barrio. Era alta y rubia como las nórdicas y había quien afirmaba que tenía un cierto aire esquimal y por eso era tan fría. Porque a fría no le ganaba nadie. Puede que la cosa le viniera de familia, pensábamos, dado que sus padres eran dueños del principal comercio de congelados de la zona y de hecho ella, quizás por pura vocación, al terminar la secundaria se hizo cargo gustosa del negocio familiar. Volcada en él, despachaba su gélida mercancía y enfriaba las aspiraciones de cuantos pretendientes allí se le acercaban.  Se comentaba que no quería complicarse la vida, que iba de su casa al trabajo y que guardaba el corazón en alguna de sus neveras. 

Es probable que la culpa la tuviera el temporal que aquella mañana cubrió de blanco la ciudad, lo cierto es que cuando Candela, desafiando al mal tiempo y buscando filetes de merluza, apareció por primera vez frente al mostrador de Nieves,  ambas se miraron a los ojos y una aurora boreal pareció iluminarlas justo en el momento en que saltaba el cuadro eléctrico del local.



Publicado en estanochetecuento.com, un microrrelato inspirado en el frío. (Seleccionado para formar parte del libro recopilatorio anual 22022)

Ganador del Premio Sendero del Agua 2022.

Ganador del premio del voto popular 2022 otorgado por los participantes del blog "Estanochetecuento.com"

(Foto Freepik)

Rescate

 

Dijo ser la esposa del desconocido que yacía en la acera completamente borracho y algunos transeúntes la ayudaron a meterlo en el coche. Ya en casa, le arrastró como pudo desde el garaje hasta la cama y le dejó dormir. Al día siguiente, cuando despertó, en lugar de una retahíla de reproches, el hombre se encontró un café humeante, una pastilla para la resaca y un apetecible almuerzo. Agradecido, tras el afeitado y la ducha, hizo con ella el amor. Desde entonces son felices. Él no ha vuelto a beber ni su verdadera esposa se ha molestado en buscarle.


Relato finalista en el IX Certamen de microrrelato 'Realidad Ilusoria'

(Foto Freepik)

Si hay algo a lo que deberíamos temerle es a que nuestros deseos se cumplan

Odiaba la Navidad como sólo puede hacerlo un tipo taciturno y poco sociable. Las luces, los villancicos y las celebraciones propias de esas fechas le sacaban tanto de quicio que si hubiera estado a su alcance el botón para hacer estallar la bomba nuclear que destruyera el mundo, no habría dudado en pulsarlo. 
El veinticinco de diciembre le despertó una luz grisácea agarrada a los visillo. Al asomarse pudo contemplar sin dar crédito, un paisaje urbano desolador, con edificios derrumbados y árboles aún erguidos en su chamuscada desnudez. Horrorizado se tiró a la calle buscando una respuesta y sobre todo alguien a quien poder preguntar. Ni un alma, sólo cuerpos carbonizados. Y en su errático desconcierto llegó al lugar donde antes se alzaba el centro comercial. En medio de aquella ruina vio algo moverse bajo los escombros. Corrió hasta allí y destrozándose las manos empezó a apartar los cascotes que cubrían ese único indicio de vida. Por fin, bajo unos trozos de placas de lo que fuera el techo, descubrió a un Papá Noel mecánico que, como una burla y sin dejar de contorsionarse, proclamó con voz metálica “Jou, jou, jou. Feliz Navidad”


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Olvidarla


Ella prefirió marcharse sin dejarme más opción que el olvido. Convencido de que la necesidad de arrancármela de la memoria iba a ser mi mejor impulso, me apunté a la San Silvestre sin otro ánimo que el de competir contra mí mismo. Cuando tomé la salida tenía tanta hambre de distancia que fui dejando atrás a los demás corredores. Ni siquiera la meta fue capaz de detenerme y deseoso de calmar mi zozobra, seguí corriendo sin descanso. Pasado un año me vieron reaparecer exhausto por el Paseo de San Antonio dando alcance a los participantes de la siguiente edición. A pesar de mi barba de náufrago y de estar casi en los huesos, conservaba indeleble, tatuado muy cerca del corazón, el nombre de la mujer de cuyo recuerdo aún no había conseguido desprenderme.


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Ventana (Encajes)


El oficio de limpiacristales en una ciudad tan vertical como Nueva York tiene sus peligros, pero cuando se convierte en una rutina, carece de emoción. Suspendido en el aire por un arnés y con un cubo adosado, recorres las ventanas de los rascacielos descubriendo a través de ellas el impersonal ajetreo de las oficinas o la fútil cotidianidad de los habitantes de la gran urbe. Quizás porque no hay nada que predisponga más al amor platónico que el aburrimiento, me quedé inevitablemente colgado de una mujer que ocupaba un lujoso apartamento en el piso 68 de un edificio de la Quinta Avenida. Ella, que desde el primer momento descubrió que la observaba, lejos de sentirse turbada o de afearme la impertinente intromisión, aprovechaba la oportunidad para pasearse complacida en sofisticada ropa interior por todo el espacio al que alcanzaba mi vista, haciéndome sentir un mortal que elevado a las alturas con mono de trabajo descubre los encantos de un ángel de Victoria Secret. Y tras los recorridos de pasarela tocaba la escena culminante. Recostada en el sofá, en un ejercicio de autocomplacencia, acariciaba sus formas de diosa del encaje y la blonda hasta alcanzar un espasmódico éxtasis que venía a coincidir con el desbordamiento de la espuma de mi cubo, agitado en perfecta sincronía con su progresiva excitación.

Semejante juego se prolongó durante no pocas semanas, hasta que un día, rompiendo todas las pautas por ella misma marcadas, quiso comunicarse conmigo a través del cristal y utilizando su iPad, me mostró inexpresiva una texto. Me citaba esa misma noche en la terraza del 230 Fith de la Quinta Avenida esquina a la Calle 37, donde había reservado una mesa a su nombre que hasta ese momento yo desconocía. Naturalmente acudí, lo mejor vestido que pude, a ese encuentro que resultó de pocas palabras tal y como cabría esperarse de dos personas que se sientan frente a frente sin tener nada en común. No importó demasiado. Terminamos la velada en su apartamento donde por primera vez entre nosotros pusimos en juego todos los sentidos. 

A partir de aquello cambiamos la forma de relacionarnos y la empresa, a petición propia, me destinó a otro edificio. Como amante a domicilio empecé a visitarla con la regularidad que ella fijaba, siendo consciente de no ser más que un entretenimiento dentro de su vida llena de lujos y carente de ilusiones. Pero algo pasaba para que no acabásemos de funcionar con la intensidad con que lo hacíamos cuando éramos unos desconocidos que se encontraban a través de una ventana. Por eso yo, temeroso de convertirme demasiado pronto en su juguete roto , tomé por una vez la iniciativa y superando mis complejos de hombre doblegado a sus caprichos, la invité a mi modesto semisótano cerca de Brooklyn. Una vez allí, sin ni siquiera hacer la intención de atraparnos en algo parecido a un abrazo, le pedí que se situara al otro lado de la puerta acristalada que separa el cuarto de estar de la minúscula cocina. No hizo falta explicarle nada. Separados por esa barrera, le di tiempo antes de asomarme y cuando lo hice, la vi luciendo un espléndido conjunto de ropa interior, para mi sorpresa, no del color negro al que me tenía acostumbrado, sino de un delicioso rosa palo, lo que solo cabía interpretarse como una sutil declaración de amor. Y mientras, abstraídos de todo lo demás, recuperábamos gozosos nuestra particular manera de ser el uno para el otro, la noche se instalaba en Nueva York y sus miles de ventanas, poco a poco, empezaban a encenderse.


(Incluido en el libro  "Veníamos de la nada IV" que recoge los 50 mejores relatos presentados al IV Premio de Reato Corto  Café Español 2021)

Foto: Visualhunt